La jornada se presentó soleada y bastante suave,
después de semanas de frío siberiano. Comenzamos la ruta sobre las 11:00 horas desde
el cementerio de la madrileña localidad de El Molar, avanzando por la antigua
carretera de Francia, uno de los caminos carreteros reales que Carlos III
construyó para comunicar las distintas regiones de un centralizado país con la
capital del reino.
Desde la Atalaya de El Molar (880 m .) erigida sobre la
dorsal caliza que viene de Torrelaguna y una de las torres vigías que levantaron
los árabes en el siglo IX en la comarca, las vistas son impresionantes. Hacia
el sur, las llanuras de las campiñas del Jarama, contrastan con la rampa o
piedemonte que hacia el norte se extiende por colinas y vallejos hacia las
cumbres del Guadarrama. El monte mediterráneo domina un paisaje con vocación
ganadera. Las dehesas de encinas y enebros de la miera, forman un ecosistema
muy productivo, alegrándonos la vista mientras avanzamos entre jaguarzos,
alhucemas y coscojas.
Llegamos a la almenara que recoge
las aguas del Canal Bajo de Isabel II y las lanza por tuberías hacia el sifón
del Guadalix, formando un conjunto que nos hace comprender la importancia del
agua y su adecuada utilización. Entre caminos de servicio y atajos, nos
situamos a las puertas del Valle Secreto, un espacio bien conservado con un
encanto especial.
En el fondo del valle destacan
las ramas altas y desnudas de alisos y sauces, que sueñan al sol con la próxima
primavera. El agua corre cantarina entre rocas, y nos recuerda el nombre árabe
del río: Guadalix = río de piedras.
Llegamos al final del canal, o
mejor al principio, donde se sitúa el discreto azud de El Mesto. Cuando hace 160
años la ciudad de Madrid comenzaba a disfrutar del agua serrana que transportaba el canal de Isabel II
desde la presa del Pontón de La
Oliva , cerca de Patones,
surgieron problemas. Comprobaron que el agua se filtraba por los
terrenos calcáreos del Pontón y en 1856 tuvieron que construir a destajo con
presos durante siete años el canal de El Mesto, obra de emergencia que captaba el agua del río
Guadalix y así compensaba el caudal perdido.
Hicimos una merecida pausa a la orilla del río para comer y descansar bajo los tibios rayos del sol de invierno. Una última parada en el azud del Mesto, hoy en desuso, antes de emprender el regreso por una pista hasta el cementerio de El Molar, donde llegamos sobre las 17:45 horas.
Los niños se lo pasaron
fenomenal. Se convirtieron durante la excursión en enebros, jaguarzos,
lavandas, retamas, coscojas, aladiernos, cornicabras…. Y también fueron
exploradores en busca de tesoros ocultos. Todos aprendimos muchas cosas. Y
aprendimos, además, a valorar nuestros bosques y el deber de conservarlos.
Asistimos 32 personas, de las
cuales 19 fueron adultos, 11 niños y 2 bebés.
Espero que os gustara la
excursión y ya sabéis que podéis hacer vuestros comentarios en el enlace de más
abajo.
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