El puerto de
Somosierra nos recibió con niebla, viento y lluvia. Como aquella situación no
cambiaba decidimos posponer la excursión al Abedular prevista para esta ocasión
y bajar la vertiente norte de la sierra para visitar las Hoces del Duratón, en
tierras segovianas, no muy lejos de donde estábamos.
La soledad
de la llanura queda interrumpida por la excavación que durante millones de años
ha provocado el río Duratón en las calizas marinas sedimentadas durante la era
secundaria, convirtiendo estas hoces en uno de los paisajes más impresionantes
del centro peninsular y protegido como Parque Natural desde 1989.
El paisaje otoñal, con sus diferentes tonos de verdes, amarillos y rojos, invitaban al paseo sosegado en la buena compañía de todos los que disfrutamos en la Naturaleza. Iniciamos el recorrido en el Puente de Talcano, recordándonos el paso de los soldados romanos por tierras de Septem Publicam (Sepúlveda). Siguiendo el río Duratón, entre cortados calizos, descubrimos la importancia del bosque galería (soto ribereño o bosque de ribera) como elemento vertebrador de biodiversidad, un auténtico corredor verde en la dura meseta castellana. Los niños se convirtieron por un día en los cuidadores de los árboles protagonistas del soto: alisos, sauces, fresnos, olmos y chopos principalmente, pero también de almendros y nogales, indicadores de antiguos huertos.
El paisaje otoñal, con sus diferentes tonos de verdes, amarillos y rojos, invitaban al paseo sosegado en la buena compañía de todos los que disfrutamos en la Naturaleza. Iniciamos el recorrido en el Puente de Talcano, recordándonos el paso de los soldados romanos por tierras de Septem Publicam (Sepúlveda). Siguiendo el río Duratón, entre cortados calizos, descubrimos la importancia del bosque galería (soto ribereño o bosque de ribera) como elemento vertebrador de biodiversidad, un auténtico corredor verde en la dura meseta castellana. Los niños se convirtieron por un día en los cuidadores de los árboles protagonistas del soto: alisos, sauces, fresnos, olmos y chopos principalmente, pero también de almendros y nogales, indicadores de antiguos huertos.
Comprendimos cómo las plantas se adaptan al medio: árboles con anchas hojas en el soto y matorrales de hojas pequeñas y aromáticas en las laderas soleadas donde no llega la humedad del río como lavandas, tomillos, salvias y rudas. Pero también observamos terebintos o cornicabras (por sus agallas en forma de cuerno), enebros y espinos negros. En las paredes calizas reconocimos el té de roca que se tomaba en infusión tradicionalmente.
Otros arbustos del
soto, como el majuelo (espino albar) y el rosal silvestre, nos mostraron sus
rojizos frutos, evolucionados para ser comidos por muchos animales y así
dispersar sus semillas. Nosotros también los probamos. En las rocas umbrías
proliferaban muchos musgos y helechos, algunos medicinales como la doradilla,
buena para los catarros. Y una auténtica tirita silvestre: el ombligo de Venus,
cuya epidermis podemos extender sobre pequeñas heridas que así cicatrizan rápidamente. Tampoco faltaron las
setas sobre el suelo y troncos caídos, curiosos seres más emparentados con
animales que con plantas y que forman por sí mismos un solo reino.
Tras la comida y el descanso continuamos un poco más río abajo, sobrevolados por buitres leonados y chovas piquirrojas, para volver después a nuestro punto de partida y completar una jornada de disfrute y aprendizaje en el campo.
Gracias a todos por vuestras participación. Sabéis que
podéis escribir vuestros comentarios accediendo al enlace indicado abajo.
Fernando Ávila
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